miércoles, 6 de enero de 2010

Cuestión de estilo

Cada uno es como es, o como puede. Personalidad, se le llama. Cuando hablamos solemos, en aras de la conversación, pecar de impacientes, irreflexivos, impertinentes y convencionales. Pero, al escribir, dejamos atrás esas taras –o virtudes– de la conversación real y nos adentramos en un mundo de compleja, sesuda y trascendente terminología donde lo que plasmamos en la hoja en blanco adquiere carta de naturaleza y permanece. Pero, ¿refleja realmente lo que somos? Quizá lo escrito no sea fiel imagen de lo pensado, y mucho menos de lo dicho, porque tendemos a matizar, adornar o peinar aquello que en el ejercicio verbal es imposible por la falta de tiempo, las más de las veces, o por el temor a caer en una especie de afectamiento pedantesco y ridículo en otras ocasiones.

Cuando leemos lo que otros han escrito, dicho o pensado, ¿qué esperamos encontrar? En el fondo, desde nuestro cómodo anonimato, nos encanta escudriñar a los demás, imaginar cómo son, nos deleita que se desnuden y se muestren enteros, sin dobleces. Nos priva que trasluzcan sentimientos, emociones, pasiones, sobre todo debilidades, pero las suyas. Queremos que hablen de ellos, que se manifiesten. Sin embargo, nos disgusta si se refieren a otros, a los demás, grupo en el que quizá estemos nosotros también, y eso nos duele, nos molesta, incluso en algunos casos puramente patológicos nos aterra. Somos unos mirones... (aunque no del tipo encuadrable en lo que en psicología llaman parafilia) y además hemos perdido esa asombrosa y honorable cualidad de reírnos de nosotros mismos. Nos hemos convertido en personas serias.

A veces cuesta encontrar la palabra adecuada, aunque tengas todo el tiempo a tu disposición y no estés sometido a la presión de una interacción verbal directa. O sucede simplemente que tienes un mal día, de esos en que es mejor no intentar nada ni tomar decisiones. Sin embargo, aun así, actúas, decides, y claro, sueles meter la pata. Te equivocas, incluso originas algún pequeño embrollo o causas un ligero disgusto a alguien. Nada importante en sí mismo, pero cuyo pertinaz acúmulo va generando sustancia espesa que no se diluye fácilmente, por más que lo intentes. De todas formas, las críticas, ya sean veladas o directas, arrecian, según me cuenta el cuñado de López, así que aquí me hallo, dilucidando cómo solventar el vigente impedimento moral de hablar de cosas distintas a uno mismo sin ser o parecer necio, virulento o desconsiderado, ya que tantas sensibilidades se pueden herir sin uno pretenderlo. También se abre ante mí, más como un abismo que como una solución, otra opción: callar. La descartaré, por el momento. No sé, algo habrá que hacer...

Mientras tanto, no deja de asombrarme la enorme capacidad de las personas para disculpar, minimizar, aseptizar y comprender todo tipo de acciones, desde las más violentas a las más ridículas. Quizá por eso tenemos los humanos tanto éxito como especie, por nuestra facilidad para casi todo..., incluso para caer, por simple deslizamiento gravitacional, en un correctísimo puritanismo. Así que quizá también mi estilo, o su ausencia, sea objeto de comprensión por parte de todos ustedes y sigan visitando este cuaderno de bitácora, si es que es viable su continuidad, después de aceptar mis humildes disculpas.

Gracias.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...