martes, 17 de noviembre de 2009

Números





Un día, siendo niño, conseguí apoderarme durante un rato del Libro de Familia que tan celosamente guardaba mi madre bajo llave en el armario de su habitación. Lo abrí, y allí, en la página 2, estaba mi padre, un rostro serio, de hombre duro que acababa de pasar la guerra. Fui leyendo despacio todo lo que ponía debajo: matrimonio celebrado... el día... entre... nacido... y al llegar al apartado de Profesión me detuve asombrado al leer lo que figuraba: bracero. Por esa época yo quería ser policíabombero, y algún que otro amigo futbolista, o maquinista, o frutero, como su padre. Pero no conocía a ninguno que quisiera ser bracero. Tenía que ser algo muy raro que no alcanzaba a comprender, porque, por cuanto me decía mi madre, mi padre era albañil. Eso de bracero... Tras un buen rato cavilando, sin poder preguntar a nadie y antes de que me sorprendieran en tan rara tarea, no tuve más remedio que conjeturar que bracero era un señor, mi padre, que tenía brazos, dos, a ser posible. ¿Y eso para qué serviría? Ni idea.


Más crecidito ya, por supuesto no recordé el episodio del Libro de Familia, pero sí me percaté del significado de aquella extraña profesión, que durante muchos años fue la de tantos millones de paisanos. Ésa y, según las zonas, la de jornalero, es decir, el que se gana el jornal. No voy ahora a meterme con todos esos tipos cuyas ocupaciones tienen nombres que a veces me cuesta pronunciar, que ganan más dinero del que cualquiera necesita y que, en definitiva, no son jornaleros. No. Lo de hoy va de números.


Si de crío deduje que lo de bracero era por tener dos brazos, porque mi padre estaba hecho así, ahora comprendo mi error, pues la correlación no es exacta del todo. Los números —yo nunca he sido de muchos, la verdad— y las letras, bien manipulados, dan para mucho, sobre todo si de estadísticas hablamos. Un ejemplo: cierto conocido cátedro, primus inter pares, demostraba en una prestigiosa revista de investigación científica el número de combatientes en una batalla entre romanos y celtíberos a partir de extrapolaciones matemáticas deducidas del número de espadas, cascos y escudos que los arqueólogos habían sacado a la luz: como un guerrero no podía llevar dos cascos, pues eso. La misma lumbrera aseguraba en otra no menos prestigiosa revista la cantidad exacta de legionarios que tenía Roma como guarnición en un momento determinado en función de la ración de trigo que recibía cada uno, lo que se deducía a su vez de la productividad de las tierras cultivadas en los campos circundantes, ya saben: a tantas hectáreas y tanta cosecha y tantos kilos de trigo por cabeza, tantos legionarios.


Otro ejemplo. Si un señor tiene cuatrocientas noventa y nueve ovejas y entre otros cuatrocientos noventa y nueve señores poseen una oveja, resulta que en ese pueblo, gracias al milagro matemático llamado media aritmética, cada individuo tiene una oveja. Pues este último es el dato que finalmente llega a constituir la noticia, sin que nadie se dedique, por supuesto, a perder el tiempo en explicarnos los pormenores cansinos de tan complicado algoritmo. En otras palabras, que si usted se come un pollo y yo ninguno, por obra y gracia de las estadísticas nos hemos comido medio pollo cada uno, que es lo proporcional, lo justo y además muy democrático.


Si esto, que no deja de ser una perogrullada, lo elevamos exponencialmente a cierta potencia, resultará, al final, que estadísticamente no debería haber en el mundo nadie pasando hambre o durmiendo al raso. Pero sólo son eso, estadísticas. La realidad es más trágica que los asépticos números que continuamente se barajan para hacernos comprender las cosas.




Dicen los científicos que el Universo entero es una ecuación, que todos los movimientos astrales y las leyes físicas son números maravillosamente organizados. Quizá ellos podrían explicar cómo esa armonía universal perfecta pierde sus propiedades al pasar por la atmósfera terrestre y convertirse los números en abominables cifras de muchos ceros que permiten a unos pocos cientos de individuos atesorar más fortuna que la manejada conjuntamente por tres cuartas partes de los países del planeta. ¿Quién piensa en estos números...?



1 comentarios:

  1. Pues tú, y yo ... y seguramente muchos más. El problema es que más allá de nuestro entorno cercano, casi todas las ´´existencias las reducimos a eso: números y datos estadísticos. Existen los pobres, los enfermos, los maltratados, los hambrientos, los desheredados ... existen pero no tienen cara, ni voz, son una enorme maraña, y con su existencia actuamos como con esos armarios trasteros que rebosan inmundicia y desorden: con la intención de poner remedio, abrimos la puerta, atisbamos el contenido y, ante tarea tan ingente e imposible de acometer de una sola vez, decidimos volverla a cerrar ... en lugar de empezar por lo que buenamente podamos.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...